ARTÍCULO: La India en tres pulsaciones

Tres ciudades, tres ejemplos simbólicos de la fecunda mezcla de culturas de la India milenaria:

JAISALMER. La ciudad dorada del Rajasthan. Cinco kilómetros de muralla y una fortaleza de piedra amarillenta en la cresta de una roca en el desierto del Thar. Los restos de una vieja población, una ciudad amurallada frente a los vientos de la historia que nos hablan del año 1156 y de los príncipes rajputas, conocidos por su ferocidad, cuando sus habitantes se defendían de los continuos ataques  de los pueblos que habitaban el desierto. En el fuerte, a buen recaudo, se alojan el Palacio de Mahal y varios pequeños templos, jainistas e hinduistas, bordados en piedra dorada, mármol blanco y gris mate, auténticas filigranas de color.  Caminando por sus callejas, fuera ya de la muralla, resulta fácil dejar volar el pensamiento a aquellos tiempos primitivos, casas aderezadas por el paso del tiempo, vacas sagradas campando a su aire por todas partes y  mujeres que salen a la puerta de sus casas para echarles  unos puñados de agua para que se vayan a otra parte. Perros, burros y cabras deambulan con estoicismo, sin molestar, sin  ser molestados y hay puertas abiertas en las que se aprecia al zapatero en su chiscón, al vendedor de los productos de su huerta, limpios y bien colocados para llamar la atención, a la mujer con su sari, acurrucada en el fondo mientras prepara  pequeñas piezas textiles como las que cuelgan a la entrada de sus aposentos.

296Al doblar un recodo aparecen unas casas de fachadas trenzadas  por trazos inverosímiles que contornean y dibujan todo tipo de figuras, geométricas, de animales o humanas; grandes edificios llamados Havelis, antiguas casas señoriales construidas en el siglo XVII por los comerciantes más ricos con el mismo colorido amarillento de la cercana fortaleza, un símbolo del buen gusto de sus creadores que, junto a aquella, dota a la población de una extraordinaria estampa sobre el sino guerrero y la riqueza de sus antiguos habitantes. Con tales antecedentes y evocaciones del pasado es difícil sustraerse a la tentación cuando se le ofrece al caminante la posibilidad de dar un largo paseo a lomos de camello, a unos kilómetros de allí,  por las arenas y dunas del desierto de  Sam.

KHAJURAHO. Un extraordinario yacimiento arqueológico en medio de una pequeña población  bañada por un río estrecho y rodeada por  verdes campiñas y arbolado. Dos alas de templos construidos: los del lado oeste, hinduismo con sus millones de dioses y orientación del Kamasutra, y los del este, con grabados de los 24 profetas de  orientación religiosa jainista y escasa presencia en ellos de escenas de erotismo.

Entre los 22 templos del ala oeste, los que quedan de los 85 que un día fueron, destacan el de Lakshmana, el Kandariya Mahadeva y el Devi Jagadambi. Templos altos, de los siglos IX a XIII, de 30 a 33 metros, de arquitectura indoaria, que revisten  la forma de la montaña de Himalaya, la casa de Brahma, Vishnú y Shiva. La puerta del templo es una cueva porque en la cueva vive el dios de la montaña, como el niño vive en el útero de la madre. Dentro se halla el santuario. Se dice que para levantar y decorar los templos más antiguos  trabajaron 16.000 artesanos a lo largo de 7 años.

Cada templo presenta alrededor de 800 figuras, ninfas, dioses, elefantes, dragones, guerreros, santones… y  aparecen flanqueados por cuatro torres que representan la Riqueza, el Sexo, el Nirvana (la salvación) y la Vida. El trabajo escultórico de figuras y relieves resulta espléndido a la par que admirable. La vida de los reyes y reinas, la de  diversas divinidades, la de los guerreros y los ascetas, seres humanos y animales, se muestran en escenas de lujuria y de aseo, de las ventajas de la cortesía y el buen trato, de ceremonias íntimas o públicas con claros toques de humor, ironía y burla.

¿De dónde proceden, sin embargo,  los mensajes de tantas y profusas  escenas eróticas o abiertamente pornográficas? ¿Del Kamasutra (siglo IV), de la sabiduría popular, de las costumbres de la época? Nadie parece saber dónde nacieron los mensajes. Dice la leyenda que hubo un maharajá que andaba preocupado sobre cómo enseñar los modos de un vivir correcto  y sano a las gentes incultas.

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Un gurú vino en su ayuda para adoctrinar a sus súbditos y enseñarles el camino : por el sexo bien entendido hasta llegar al nirvana. Los relieves muestran con absoluto realismo diversas técnicas amatorias para los varones, no para satisfacerse a sí mismos sino para dar satisfacción a las mujeres. Se dice que el gurú aludido era un maestro de lo tántrico, una cultura ancestral en la que las escenas de amor representan el olvido de uno mismo, la abolición del tiempo, el mejor modo de meditar, de negar el ego propio y sentir el poder divino. El sexo es la vida, parecen predicar los grabados, y por el sexo bien entendido (de ahí la negación de las malas prácticas que aparece en las escenas más heterodoxas) el ser humano llega al nirvana, a estar en el cielo y a la salvación divina.

(Digámoslo claramente: no serán pocas las personas que, a la vista de tantas escenas esculpidas en piedra de sexo explícito y escabroso, pensarán más en el sexo orgásmico que en la salvación divina).

VARANASI (Benarés). Dicen que es una de las ciudades más antiguas del mundo, quizá porque en ella se enlazan admirablemente el pasado y el presente, la bulliciosa vida de sus calles y zocos y la gravedad sencilla, silenciosa y espiritual de los ritos de la muerte, la purificación en las aguas del río y la puerta hacia la salvación. Varanasi es el lugar donde mejor se puede entender la profundidad de la mentalidad religiosa india, en especial la del hinduismo (80% de la población del país). El Ganges, un río ancho y caudaloso (sobre todo tras el monzón), es una metáfora del pasado y el futuro, del avance y el progreso, de la vida y la muerte, de las creencias en el más allá. A la orilla de sus aguas achocolatadas   discurren los mitos más profundos de la religiosidad hindú.

Y, sin embargo, ese  mundo de insondables creencias sobre el más allá que se atisba en los múltiples  ritos y ceremonias a la vera del  río, se halla rodeado de los ruidos y la algarabía de una ciudad enormemente vital: mendigos y ladronzuelos, rickshaws conducidos a golpe de riñón por esforzados pedaleadores,  serpenteantes y oscuras callejuelas , estrechas y compartidas con las vacas, repletas de peatones, de tenderetes y talleres de puertas abiertas a todo tipo de oficios.

El Varuna y el Assi, los dos ríos de la ciudad, confluyen allí en el Ganges, que surgió del dedo gordo de Vishnú y fue frenado por la ceja de Shiva para bajar a la tierra y purificar las cenizas de los muertos tras su cremación. La leyenda lo viste de ropas limpias y puras; la realidad lo muestra plagado de bacterias, contaminado en abundancia, receptáculo de desechos de toda clase y condición. Sin embargo es tal la fuerza espiritual que surge de la creencia en la divinidad del río, que el hindú se baña en sus aguas, sin temor y con fe,  lava sus ropas y los dientes, el pelo, todo su ajuar… A su alrededor pululan los seguidores del dios Siva, cuya montura es el toro, reconocido por su tercer ojo y el moño de cabellos trenzados , que puede destruir la realidad y que baila entre las llamas representando el curso eterno de la destrucción y la recreación. Sus fieles se pintan unas líneas blancas horizontales en la frente y sus templos ostentan una bandera roja (una bandera blanca retrata el culto a Vishnú).

Las abluciones en el Ganges son uno de los espectáculos más fascinantes que se pueden contemplar:  en las escaleras de piedra- ghatts-que descienden hasta el río se reúnen cada mañana cientos, miles en ocasiones,  de personas para cumplir con el precepto, bañarse en cinco lugares diferentes mientras pronuncian el mantra sagrado. Alrededor de los baños de unos , la vida surge por doquier bajo inmensos parasoles: tenderetes de fortuna, puestos de frutas, caravanas de lisiados y mendigos en busca de unas rupias, masajistas, vendedores de flores, astrólogos, barberos, santones y gurús que interpretan en público los libros sagrados por una cuantas paisas o, mejor, algunas rupias. Al atardecer suele haber más ceremonias en honor de los dioses o de culto al propio río, una mezcla de músicas indias, incensarios, llamaradas de fuego y pétalos de flores que se arrojan al río mientras la larga salmodia de los santones desgrana las verdades principales de su religión.

Benarés permite, asimismo, comprender  el papel sagrado que representan  las vacas en la sociedad hindú y  la estrecha relación de la cultura india con ellas. Lo indudable es que en pleno siglo XXI las vacas siguen ocupando un lugar preeminente en el modo de vivir. La vaca en India está por todas partes: caminando, tumbada, rumiando, durmiendo, a las puertas de las casas, en los ghatts, en medio de la circulación, a solas o en rebaño, soltando sus heces, mugiendo…todo ello en medio del mayor respeto de las personas, de los coches, los ricksaws y las bicis, las caballerías y cualquier otro elemento usuario de calles y carreteras, montañas o campos. No resulta fácil comprender, a ojos de otras culturas, la relación de la gente con las vacas, una más de las muchas cosas de India que asaltan el modo de ver el mundo de todo ciudadano occidental. En todo caso no conviene olvidar que allí la vaca no es algo folklórico, sino el mejor ejemplo de la profunda relación que el hindú mantiene con la naturaleza y con el más allá.

Una razón especial para explicar el significado de la vaca, es que es el animal que facilita al hombre tras su muerte  cruzar el río que le llevará al paraíso. Quizá sea también esa la razón que permite comprender  el alto número de ellas que deambula por los escasos espacios libres que se encuentran en los crematorios. En Varanasi no resulta sorprendente ver alguna comitiva fúnebre,  a carrera  por las calles, portando a un pariente difunto  sobre unas angarillas y cubierto con alguna tela de distinto color, rojo para la mujer, blanco para los hombres, amarillo para los ancianos y de calidad diferente según el grado de riqueza de la familia. Observar de noche el rito de la cremación de los muertos en cualquiera de los crematorios situados en las orillas del Ganges es estremecedor; recorrer las callejuelas a la plena luz del día siguiente permite explicarse lo que la nocturnidad impidió ver. El fuego de los crematorios no se apaga jamás, tan continuado es el número de difuntos que los parientes acercan a ellos para favorecer su salvación. La familia y los sacerdotes cantan salmos y rezan oraciones mientras bajan al muerto al río y lo sumergen en las aguas para su purificación. El primogénito del difunto- o familiar más cercano- prende la hoguera a continuación mientras  da cinco vueltas alrededor de la pira. Los restos mortales se consumen lentamente entre el humo y el olor a carne chamuscada. Los ayudantes atizan la pira con grandes cañas de bambú, espantan a los perros o alientan el fuego añadiendo troncos de madera (sándalo o maderas nobles en unos casos, vulgares troncos de leña para los menos pudientes). Finaliza el ritual cuando el alma del difunto vuela hacia el cielo mientras sus familiares lanzan sus cenizas al mismo rio Ganges en el que se le purificó.

Observar la salida del sol sobre el río desde las callejas del crematorio y en medio de un olor indefinible , entre los restos de las telas utilizadas en los ritos y las decenas de montones apilados de diferentes maderas, los perros por todas partes, los ayudantes de las ceremonias nocturnas durmiendo a pierna suelta un sueño reparador, los cochambrosos tenderetes  en los que se venden múltiples objetos usados en los rituales, es para el no acostumbrado una experiencia profunda y de singular impacto, imposible de olvidar.

          LA TIERRA ES LA CAMA, EL TECHO ES EL CIELO  (aforismo hindú, retrato de India).

 

 

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