El saber y el opinar son dos formas de actuar, dos maneras de mostrar los conocimientos que se poseen. El saber es algo fijo, algo asentado ya; la opinión es, o suele ser, un tanto inestable. El saber se relaciona y parte de la búsqueda, de la exploración de ideas y conocimientos, de un espíritu, digamos, científico; las sensaciones, los afectos, los intereses, los pronunciamientos, favorecen y dan lugar a la opinión. No quiere ello decir que el saber siempre sea acertado ni que la opinión sea errónea a menudo.
Vienen a cuento estas aseveraciones de la generalizada evidencia de que, en el mundo en que vivimos, la mayoría de nosotros nos asentamos más en base a opiniones, dichos y cosas oídas, proclamas, declaraciones y subterfugios apellidados posverdad, que en relación con la sabiduría y el conocimiento. Una posición, una actitud generalizada en la que la disminución de los saberes y el exceso y abuso de opiniones dan a luz un entorno en apariencia perfecto pero en el que nace y se desarrolla la mediocridad social.
La Primera Ley Fundamental del pensador Carlo M. Cipolla afirma que siempre, e inevitablemente, una mayoría de las personas subestima el elevado número de individuos estúpidos que circula a su alrededor. Personajes que aparecen como por ensalmo en todas partes y a los que se ven a menudo emitiendo opiniones sin ton ni son, arrogándose estar en posesión del saber, dominar cualquier tema y tener siempre razón. Un modo de aparecer por todas partes y situaciones fomentando (caso de ser creídos y seguidos) la mediocridad.
Y no es tarea sencilla, no resulta fácil, huir de tanta estupidez, insuficiencias, manifestaciones livianas y peroratas metomentodo. Las soflamas y necedades que se transmiten por los medios de comunicación, redes sociales, discursos políticos y presentaciones de diverso tenor (hasta en algún concierto musical), nos rodean a menudo, protagonizados por personajes que viven a crédito de la mediocridad que ellos mismos ayudan a crear.
El problema que se suscita entonces es el nacimiento de una sociedad en declive que se manifiesta y reproduce con facilidad en medio de tantas pautas de comportamientos e ideas tendentes al aumento de la estupidez y la vulgaridad. Con la generalización de esos y otros rasgos de mediocridad social nuestro país vive a medio camino entre un entorno de derechos incompletos y una joven democracia sin auténticos derechos.
El adoctrinamiento tendencioso en las aulas, la profusión de foros y cambalaches políticos y la connivencia de múltiples medios de información con grandes dosis de insuficiencia y faltas a la verdad, bastan para desparramar los efectos más nocivos de una Democracia en la que tratamos de convivir y a la que aún le queda aún mucho camino por recorrer hasta su madurez.