REFLEXIÓN: Cualquier tiempo pasado…

 

La añoranza no tiene edad. La vida corre tan apresurada hoy día, que nos vuelven nostálgicos hechos sucedidos poco tiempo atrás. Los recuerdos de verano, los hit, las modas cambiantes, nos producen añoranza, tanta como la que sentíamos antes en períodos mucho más largos. La juventud dura más tiempo, pero el tiempo pasa tan deprisa, cultural y espiritualmente, que envejecemos antes. La rapidez de los acontecimientos, la globalización de los contactos, la comunicación al minuto y las grandes facilidades que se nos ofrecen ahora para disfrutar y acceder a todo tipo de experiencias, nos conducen también a la morriña.  Un año, unos meses, una década a veces, un día o unas horas en algún caso, nos llevan a la nostalgia con suma facilidad.

A la nostalgia de cien años atrás, la que sentían nuestros antepasados, la llamamos tradición, cuando no antigüedad, una almoneda de recuerdos fijados en fotografías, grabaciones de televisión o en video, más tarde, o en esa clase de reuniones de familiares o amigos, de antiguos compañeros de promoción o de trabajo, que nos permiten revisar el pasado comparándolo con el presente. El calendario corre tan aprisa que pensar que cualquier época pasada fue mejor no es cuestión de un gran número de años; en la actualidad una o dos temporadas nos bastan para manifestarnos así.

La repetición de lo vivido es imposible, pero el recuerdo que nos deja es, a menudo, imborrable. Por eso el regreso a Ítaca (la casa, los años idos, los lugares, las personas queridas) nos produce una mezcla de desilusión y encanto. Se han ido para siempre las vivencias y algunas personas, pero nos sentimos felices recordando aquel momento o aquella situación. La nostalgia nos defiende del idealismo neurótico, de la histeria de la política y del hastío.

Al contrario que la melancolía, el spleen romántico o la angustia, ese vago malestar que llamamos tristeza tiene alguna curación a través de la escritura, porque escribir algo, ponerlo en el papel, es, en ocasiones, un extraño modo de sacudirnos de encima el infortunio sentido por lo que no podemos volver a vivir. Es entonces cuando empleamos la nostalgia, la añoranza, la saudade o la pena como un recurso de estilo. Para calar en el alma de quienes vieron, vivieron, conocieron o experimentaron aquel bucólico paisaje, aquellas fiestas del pueblo, las películas de la infancia, el primer amor, el primer beso, la primera desilusión.

 

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