ARTÍCULO: MEDIOCRIDAD SOCIAL I. Populismos y demagogias.

 

                                                                     

Nuestro país parece caminar hacia una sociedad sumida en la confusión, en un entorno político y social en el que algunos se ufanan de que somos una democracia de alto nivel sin advertir que en realidad es una democracia joven aún, sin las ideas muy claras, escasos derechos auténticos respetados a diario y una tendencia progresiva al mangoneo partidario y parlamentario. La suma, en definitiva, de un variopinto acercamiento a la tecnocracia jacobina en medio de un progresivo populismo.

Si la democracia bien entendida se basa en la voluntad popular y en el liberalismo, en el respeto a las leyes e igualdad de derechos, el medio en el que nos hallamos en los últimos tiempos lleva a muchos ciudadanos a lamentar que el santo y seña que nos distingue no es aún una verdadera democracia al estilo de la de otros países europeos.

El enredado reparto de la representatividad ciudadana trastoca a menudo una voluntad popular mayoritaria, la separación de poderes resulta cuestionable y nos llueven frecuentes oleadas de populismos y demagogias que nos acechan en beneficio de quienes detentan un poder ejecutivo o judicial en cada momento o situación.

Muy poco y diferente puede decirse del poder legislativo salvo que, en demasiadas ocasiones, la ética no llena los comportamientos sociales y políticos de los parlamentarios sino el trajín que se vislumbra una y otra vez por dedicarse a otorgar o recibir en función de los intereses de un partido o de la conjunción de conveniencias de unos o de otros.

Los populismos nacionalistas, además, trufados a menudo de agrias defensas y minusvaloraciones, fomentan la aparición de cambalaches de votos y desgraciados espectáculos repletos de egotismos desalentadores. Se deslegitiman así los dictados de la Constitución de todos, la sociedad de mercado en la que vivimos y el funcionamiento ágil y vivo de una verdadera democracia liberal.

La fulgurante apología del populismo en algunos de los países más avanzados del llamado entorno occidental explica la inmersión en el nuestro de nuevos grupos políticos que terminan por dividir a los ciudadanos, atacan el reparto de derechos y obligaciones, se alejan del tradicional y común juego político de unos u otros partidos representativos e incrementan la aparición de altas cotas de mediocridad social.

Un reconocido periodista escribió recientemente: “Mientras las élites políticas no acepten la importante responsabilidad que tienen en la aparición de combativos populismos y su propagación, será muy difícil derrotarlos”.

La continua aparición de demagogias sobre los tentáculos del poder y las responsabilidades de quienes lo detentan infiltra e inculca en los ciudadanos de cualquier país una alerta permanente  y una creciente desazón, dar vueltas y mas vueltas a las cosas sin llegar a soluciones compartidas, disociaciones de la realidad de la vida en tantos ámbitos como grupos políticos, dificultades en la convivencia e innumerables batallas dialécticas acerca de la identidad o la autodeterminación de uno u otro territorio.

Una perfecta orientación, una inmejorable situación, para el nacimiento, profusión y reiteración de la mediocridad social en un país.

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