En el diario El País aparecía (11-06-2017), un llamativo anuncio bajo el sugerente titular: SABOREA UNA EXPERIENCIA GASTRONÓMICA: ¿TE ATREVES A PECAR? Y debajo venía una lista aderezada con el siguiente reclamo: 7 pecados, 7 chefs. Gula, Ira, Orgullo, Pereza, Lujuria, Avaricia y Envidia, asociados a los nombres de siete reconocidos cocineros que, se supone, cocinarían una experiencia gourmet única en relación, por sus contenidos y elaboración, con los siete pecados aludidos. Traspasando las fronteras de su significado original, la publicidad y el marketing aprovechaban así la popularidad de que gozan los pecados capitales en la simbología cultural de nuestro país.
En el Derecho griego existía el concepto de Hibris, referido al uso violento del poder frente a los débiles en pos de la consecución de sus deseos, y en los dramas de la época se producía el hamartia, el error provocado por los excesos del poderoso que desembocaba en la Tragedia. Se sabe que fue Cipriano de Cartago uno de los primeros en describir hace siglos ocho vicios o pecados: cuatro relacionados con deseos de posesión, gula, envidia, avaricia y lujuria, y otros cuatro que tendrían que ver con la respuesta humana ante la frustración: ira, pereza, soberbia y tristeza. Pero, al margen de otros nombres posteriores, fue el Papa Gregorio Magno quien definió en el siglo VI una nueva lista que es la que, con escasos matices, ha llegado hasta nuestros días. Tomás de Aquino, desde un punto de vista religioso, y Dante Alighieri, desde la mundanidad, serían los encargados de certificar en los siglos siguientes la noción de lo que es un pecado capital y la diferencia con los pecados mortal y venial.
Escribe Tomás de Aquino: “Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera que un hombre, en su deseo, comete muchos pecados originados en aquel vicio como fuente principal”… Y añade después: “Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada”. Vemos, pues, que la acepción de capital no se refiere tanto a la magnitud del pecado como a que da origen a muchos otros pecados; los vicios capitales son aquellos a los que esta inclinada a caer la naturaleza humana.
El poeta Dante Alighieri, por su parte, usó la misma numeración y orden de los pecados capitales en su obra La Divina Comedia que el Papa Gregorio I. Los aspectos teológicos de su extenso poema fueron la más importante fuente de difusión de la célebre lista de pecados a partir del Renacimiento.
Dos características especiales de los omnipresentes pecados capitales a partir de finales de la Edad Media son la asignación de un Demonio específico y particular para cada uno de los pecados y la existencia de una Virtud propuesta a la gente como opción contraria a cada uno de ellos: humildad frente a soberbia, generosidad frente a avaricia, castidad frente a lujuria, paciencia frente a ira, templanza frente a gula, caridad frente a envidia y diligencia y cumplimiento frente a pereza.
Mención especial merece, por su papel en la historia del arte, el famosísimo cuadro de Hyeronimus Bosch (El Bosco) denominado La Mesa de los Pecados Capitales (hacia 1505/1510). La brillantez del pintor al retratar las debilidades del alma humana nos permite admirar en el lienzo el papel que ejercen en nuestras vidas las riñas tabernarias (Ira, origen de los demás pecados), la falta de oración(Pereza), los sobornos(Avaricia), las tentaciones a la Gula, la Envidia o la Lujuria, la Soberbia…El búho, representación del demonio, está siempre presente.

En el círculo central y sus siete partes alrededor dibujan escenas alusivas a los pecados; en los cuatro círculos restantes aparecen la Muerte, la Gloria, el Infierno y un Aviso de atención: «Cuidado, Dios está mirando». Dos filacterias presentan textos en latín advirtiendo al ser humano de las consecuencias del pecado; la primera de ellas dice: «Porque son un pueblo que no tiene ninguna comprensión ni visión- si fueran inteligentes entenderían esto y se prepararían para su fin» (del Libro Deuteronomio).
Los Autos sacramentales, tan populares en España hasta mediados del siglo XVIII, abundaban en parecidas temáticas respecto a la lista de pecados; su difusión y la asignación de las alegorías representadas a hechos o personas ciertas llegaron a ser tan grandes que su representación se prohibió en 1765.
Cada uno, pues, de estos pecados hunde sus raíces en el deseo y la humana necesidad de sumirse en los excesos. Cada pecado va en contra de alguna de las tres columnas básicas de la religión cristiana: el amor a Dios, el amor a nuestros semejantes y el amor a nuestros cuerpos. Si Dios proveerá, como reza el viejo proverbio, qué necesidad habría de ahondar en el exceso.
Así pues, analicemos uno a uno cada pecado capital a la luz de los escritos, tradiciones y su repercusión en la esfera laboral, que llegaron a acumularse en torno a cada uno de ellos a lo largo de la historia.
MÁXIMO.
LUJURIA
Pensamientos o deseos obscenos de tipo sexual en abundancia (DRAE dixit). Pensar en exceso en el placer propio sin dar ninguna importancia a lo que sienten los demás. En la Edad Media el pecador merecía el castigo de ser asfixiado en azufre y fuego. El demonio que velaba por la permanencia en el ser humano del pecado era Asmodeo. En los tiempos actuales aparece a menudo tras el acoso o la toma de ciertas decisiones por despecho en el mundo laboral; en el trabajo la lujuria y la insensatez anidan con facilidad en las relaciones de poder.
GULA: Pecado que se identifica con la glotonería y el exceso sin sentido, en especial en el consumo, la comida y el beber. El demonio asociado a la gula era Belcebú.
AVARICIA: Un pecado que procede del excesivo afán de acumular riquezas, símbolos de estatus, tener mucho de todo lo material por el mero hecho de poseer. “La avaricia lo pierde todo por quererlo todo”, decía La Fontaine. Al avaro se le descubre fácilmente en el mundo laboral: quejumbroso, insatisfecho, acaparador. Ocultista, el rey de los secretitos; confunde la ambición sana con su insana insatisfacción. El castigo que merecía antiguamente era bañar en aceite hirviendo al pecador. El demonio asociado a la avaricia era Mammon.
PEREZA: Se decía que este pecado consistía en dedicarse a las cosas vanas y banales del mundo sin ocupar tiempo y esfuerzos en la salvación del alma. ¡Ay de los perezosos! Se les suele hallar a menudo en el mundo del trabajo: no “darán un palo al agua”, pero serán los primeros en huir en los momentos difíciles pero poner el cazo en el reparto de honores y premios. El castigo que merecían era ser lanzados a una fosa con serpientes (supongo que para verlos moverse con celeridad). El demonio asociado a este pecado era Belfegor.
IRA: Mostrar con frecuencia sentimientos de odio y enfado hacia otros sin orden alguno ni control. Fanatismos de tipo social, odios raciales, religiosos o a las costumbres de otros, deseos impacientes de venganza y acumulación de resentimientos en el fondo del corazón. Es una pulsión colérica que se opone a lo que se llama comúnmente Santa Ira o Ira de Dios, más cercana al castigo divino que al odio infundado hacia cualquier mortal. Intimidar, amenazar a los otros, sugerir que habrá consecuencias, órdenes descontroladas, son algunas de las manifestaciones entre jefes y subalternos o entre los mismos compañeros en el mundo laboral. El castigo asignado ante este pecado era el desmembramiento del pecador y el demonio que se asociaba a esas conductas era Amón.
ENVIDIA: “La envidia es orín que corroe las entrañas del ruin”, “El envidioso por ver ciego a otro se saltaría un ojo”, son algunos de los refranes populares sobre este pecado capital. Tan extendido en España, si hacemos caso a las múltiples ocasiones en que tal cosa se afirma en las redes sociales y medios de comunicación. (Influencia también, quizá, de la lectura del conocido libro El español y los siete pecados capitales, del escritor Guillermo Díaz Plaja). El envidioso es una figura típica y tópica en el mundo del trabajo. Celos ante el éxito ajeno, acoso al que se esfuerza más, disputas con los que parecen triunfar, qué fácil es pasar de la envidia al odio en el mundo laboral.
La envidia se define como un deseo malintencionado de los bienes de los demás, procurar el mal del prójimo o su sufrimiento para sentirse bien. Dante Alighieri definía la envidia como un deseo pervertido de privar a otro de sus bienes para sentirse bien. El castigo merecido por el envidioso era ser sumergido en agua helada, aunque Dante, en El Purgatorio, proponía para el envidioso cerrarle los ojos y coserlos por haber recibido placer al ver el mal de otros. El demonio asociado a la envidia era Leviatán.
Añado dos nuevos refranes a pecado tan popular: “El mejor racimo, el de la viña del vecino”, y también “Todos los pecados son gustosos menos el del envidioso”.
SOBERBIA (antiguamente Orgullo): El pecado capital por excelencia al decir de muchos, porque de la soberbia derivan los demás. Sentirse más que nadie, sobrevalorarse en exceso por el estatus logrado, el dinero acumulado o la prevalencia continuada de la propia opinión. Querer tener siempre la razón, prepotencia y arrogancia insanas, desprecio por los demás, malévola satisfacción por el triunfo de las propias ideas sobre las de los demás. El castigo que recibiría el soberbio era la tortura en la rueda; el demonio que se le asociaba era Lucifer, el diablo que decía ser igual a Dios.
La soberbia se manifiesta a menudo en variadas formas, la vanagloria por los bienes propios, la codicia, el amor al poder desmesurado que hace al humano transgredir los límites impuestos por Dios, la Ética y la Moral. Fácil observar ejemplos de soberbia en las relaciones en el trabajo: la del jefe y del que manda más que otros aprovechando su poder para mostrar ante los demás sus actos de gula, de lujuria, de ira o de avaricia sin fin; nadie ha de hacerme sombra, parece pensar el soberbio, nadie más duro que yo.
“Aún no ha salido del cascarón y ya tiene presunción”, reza el refranero español. O también estos otros: “Dos orgullosos no caben en un burro”, “Solo el necio tiene sus cosas en mucho aprecio” y “La rana se encanta de lo bien que canta”.
Los siete pecados capitales no aparecen como tales en la Biblia (antiguo y nuevo testamento), pero sí hay referencias similares en el Libro de los Proverbios. Pero San Agustín, siempre certero, dejó escrito el párrafo siguiente a este respecto:
“Todo el que no quiere ver sus pecados, se los echa a la espalda. Pero pone los ajenos a la vista; no lo hace por diligencia sino por envidia, no para remediarlos sino para evidenciarlos”.