ARTÍCULO: Un paseo por la moda.

Hasta tiempos no demasiado lejanos la historia de la moda se hacía desde la secuencia y la evolución de sus contenidos. Durante la Edad Media, sin ir más lejos, las leyes suntuarias servían al mecanismo de control político y económico al servicio de las élites. La vestimenta se movía en un mundo de apariencias y etiquetas formulistas. Todavía en 1675, Luis XIV fundaba el gremio de modistas, con cuatro categorías, a saber, modistas de trajes, de niños, de lencería y de accesorios. París era, ya entonces, una de las cunas, si no la única, de la moda. Un viajero escribe en 1772 lo siguiente:
“Estar en París sin ver las modas es cerrar los ojos. Las plazas, las calles, las tiendas, los equipajes, los vestidos, las personas, todo es moda. Un traje de quince días se considera viejo por las gentes del bel air. Ellas están deseosas de telas nuevas, de encuadernaciones inéditas, de amigos del día. Mientras una moda surge, la capital se vuelve loca y nadie sale si no está engalanado con los nuevos adornos”
El 29 de octubre de 1793 la Convención Nacional francesa declaró el principio universal de libertad indumentaria, tan opuesto al reglamentismo impuesto por Luis XVI.
Luego llegó el Romanticismo que acabaría por convertirse en la expresión cultural de la Revolución. Aunque el idealismo romántico interpretaba la condición femenina como la de un ser frágil, delicado e inaccesible, reservado a algunas clases sociales , acabar con lo viejo y vivir en libertad significaban diseñar estilos inconformistas y distinguir los trajes oficiales, los de ornamentación y etiqueta , de las vestimentas urbanas más cercanas al pragmatismo burgués de otro tipo de mujer. El mundo sensible del vestido era sustituido por el universo de la estética y la libertad e innovación venían a reemplazar a las normas de etiqueta y la inflexibilidad de las reglas. Ahora mi mundo, parecían querer decirnos, se expresa también en las vestimentas.
Pero ya en el siglo XVIII, y en especial a partir del XIX, cada cultura individual y social empezó a poner el acento en los significados del fenómeno Moda desde el punto de vista económico y social. Durante muchos años la moda fue uno de los resultados de la separación de clases y servía al deseo de las élites de formar un círculo social cerrado y separado de los demás. Claro es que tal derecho era tenido como una injusticia desde el punto de vista de quienes no podían acceder a esa clase social. Tal era la paradoja de la moda, la perversión de su esencia, lanzaba mensajes para espíritus elevados y bolsillos llenos, hombres y mujeres de edad madura que aspiraban a alcanzar con el cuidado del cuerpo la eterna juventud. Todos sabían que para apropiarse de las modas había que ser rico, y que para ser rico, por lo general, había que ser viejo. Ello era tanto así que los modistos y firmas que anunciaban constantemente la novedad de sus diseños, no se dirigían a los jóvenes de aquel tiempo, sino a los mayores y a los viejos, cada vez más abundantes, cada vez más dispuestos si no a retrasar su edad sí a vivir alejados de la próxima finalización de su tiempo vital.
En pleno siglo XIX, en fin, aparece Baudelaire y crea un nuevo dandismo con su modo de vivir bohemio, intelectual y artístico, y sus escritos o. Y lo que resultaría más importante, la moda entra a formar parte de la visión filosófica sobre la evolución de la sociedad.
Para articular la lectura de la filosofía de la moda es necesario conceder a la moda una cierta autonomía como forma cultural. Las togas de lino de los estoicos, las sedas a lo Pompadour, las poleras blancas de Foucault, los trajes de Jean P. Sartre, los trajes talares monacales, el minimalismo negro o las camisas de seda de Bernard Henry Levy, poseen un significado parecido al de la moda deconstructivista de los años 80 y 90 del siglo pasado que embebía las ideas del filósofo Derrida para llevarlas al plano de la moda y el vestir.
La moda para Simmel es una forma cultural que no depende de un individuo sino de una industria específica diseñada para crear una cultura cambiante bajo el apellido de modernidad. La paradoja del individualismo, sin embargo, nos lleva a pensar más en la uniformidad que en la diferenciación. Hoy en día es difícil encontrar a alguien que, de una u otra manera, no aparezca uniformado; todos formamos parte de algún grupo o subcultura que requiere unas ciertas señas de identidad. Si el dandismo del siglo XIX encontraba en el vestir un modo de afirmación de la propia personalidad, hoy la moda es más un esquema de normalización dentro de un nicho social; ahí está para demostrarlo, la aparición del traje en serie, sobrio, austero, cerrado, oscuro, centrado exclusivamente en la funcionalidad del trabajo.
Schopenhauer, filósofo del pesimismo, será, desde otro punto de vista, quien situará la idea de la fugacidad junto a la propensión al cambio. Partiendo de su base filosófica acerca de lo efímero, la finitud de la moda llevará al convencimiento de que toda moda nace muerta como tal, de que el diseño de nuestra indumentaria resulta pasajero y breve, de que tardamos poco tiempo en hartarnos de ella porque nos proporciona solamente un alivio momentáneo.
Podemos pensar, pues, en los diferentes estilos o tendencias de la moda como expresiones de determinadas ideas filosófico-sociales, significados que reposan por detrás de su apariencia de mundanidad. Desde ese punto de vista, la alta costura, el pret a porter, los jeans o el uniforme traje de trabajo, no son otra cosa que manifestaciones de un modo de pensar o resultados concretos de la mentalidad subyacente en cada época sobre el cuerpo humano y su manifestación.
Se acepta comúnmente que el nacimiento de la moda, como mecanismo, se produce a mediados del siglo XIX de la mano de Charles F. Worth, iniciador de la utilización de modelos para mostrar las prendas y del sistema de la Alta Costura basado en la creación de bocetos únicos, realizados con antelación, presentados al posible cliente en salones lujosos preparados ad hoc, elegidos por este y confeccionados a medida y gusto del comprador. Worth suponía, por tanto, un sistema de trabajo independiente, creativo e innovador, pero también el afán por la creación de algo único e irrepetible y la búsqueda en las tendencias del arte para su realización.
La Alta Costura tuvo su lógica continuidad en la reproducción seriada de los modelos únicos para el público en general. Algo que se denominará pret a porter, una forma distinta que rompe con la unicidad, una ropa confeccionada para todos los días sin perder por ello un sello de distinción e identificación. Poiret fue el primer diseñador de éxito que trató de vestir a las gentes de una época, no solo a las élites, cambiando así los valores académicos de la costura tradicional, renovando los tejidos utilizados y editando catálogos para dar publicidad.
En el pret a porter juega más el gusto personal para diferenciarse de los demás que su carácter único y su irrepetibilidad. Poco después aparecería C. Chanel, suficientemente versátil para mezclar la alta costura y la cultura popular, el traje masculino y la moda femenina, la ropa de trabajo y la del ocio, los estilos rural y urbano, la indumentaria deportiva y el vestido de noche y de soirée. Su amistad con los genios de las vanguardias de la época, Diaguilev, Strawinsky, Cocteau, Picasso, le sirvió tanto de inspiración como de una vía para acrecentar la relación entre la moda y las corrientes artísticas a la mode.
El uniforme de trabajo, el vestido o el traje urbano cede paso a partir de mediados del siglo XX a un nuevo concepto que se populariza rápidamente de la mano de Levi Strauss, su primer impulsor reconocido. Me refiero a los jeans. Diseñados originalmente para el trabajo rural, la uniformidad del “vaquero”, como lo denominamos nosotros, pasa por el culto a la juventud, a la seducción y a la belleza; no expresa tanto la elegancia cuanto una diferente actitud ante la vida, una especie de anarquía que diferencia al que lo lleva, pero que halla su mayor expresión, he ahí la paradoja, en la repetición de esa diferencia, al revés de la unicidad irrepetible que proponía la Alta Costura.
Tres son los exponentes más reconocidos de la moda hoy en día, las modelos que desfilan por las pasarelas, los diseñadores con firma y su contrario, el retail, y el mundo del espectáculo, especialmente el musical:
Cuando David Bowie canta Fashion, George Michael Freedom 90, Madonna interpreta Vogue o Kate Moss, icono pop de la moda, se lanza a interpretar Some velvet morning con su rara voz, están uniendo los destinos de esa burbuja cultural que aglutina en un solo concepto a las pasarelas, las modelos, el diseño y la personalización en el vestir. Nada tiene de extraño que la modelo Claudia Shiffer se lance a diseñar prendas de cachemira o monturas de gafas, que Kate Moss pruebe suerte en el diseño de vestidos de noche, blusas con transparencias, ropa casual o los microshorts, o que Heidi Klum cree moda pre-mamá o infantil. Por último los diseñadores más famosos al servicio de marcas de lujo, o la llamada moda de autor, el desafío del retail, las tiendas taller, y otras versiones diferentes del vestir actual, que tratan de resolver los dilemas de una industria plural que factura cantidades multimillonarias pero que ha de reinventarse cada día para jugar en la disputa de lo que en realidad los mantiene vivos, el cliente consumidor.

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