(CONTINUACIÓN DE LA SERIE DE IV ENTREGAS)
Los cuatro hechos que más han contribuido a la aparición de la delicada situación que vive ahora la Comunidad han sido:
A. La primera Guerra del Golfo, que desnudó la impotencia diplomática y militar de Francia y Alemania poniendo a los países de la UE frente a un gran dilema: dejarse satelizar por los Estados Unidos o sumar todas las fuerzas posibles en la Unión Europea. La primera opción se vió como inviable dado que EE.UU está perdiendo la supremacía económica mundial. La segunda propició la puesta en marcha de las dos conferencias intergubernamentales (Unión Económica y Monetaria y la Unión Política), que serviría para elaborar una nueva Constitución Europea.
B. El Tratado de Maastricht, en el que se establecieron los tres Pilares (económico, político y de seguridad) pero que no fue capaz de sacar adelante un cuarto pilar importante, la política social.
C. El fracaso de la puesta en marcha de una Constitución Europea, con lo que ha significado de desilusión para algunos, de demostración de las incapacidades de la UE, para los demás.
D. La crisis actual que amenaza a Europa con retos insospechados y su conexión con la Globalización. El capitalismo global es un nuevo dictador férreo y descarnado. Una cruda situación que conduce a que el eslogan MÁS EUROPA tenga cada día menos adeptos. Cuatro hechos que llevan a que los ciudadanos vean amenazada la construcción europea y cale en ellos un deseo, fuerte y potente, de que las cosas cambien pronto y de que lo hagan para bien.
La UE la forman hoy veintiocho naciones, un amplio conjunto de pueblos soberanos que se han ido incorporando a la Comunidad lo que les ha dado vida y un indudable progreso económico y social. Solo hay que repasar la nómina de los Estados, para percibir que la mayoría de ellos le deben a esa institución de derecho internacional los años de mayor nivel de vida de que han disfrutado hasta la actualidad. Sin embargo, hoy también resulta evidente que la UE, que hasta no hace muchos años se comía el mundo, parece ahora perder pie. Ese mundo ha cambiado y se transforma mucho más deprisa de lo que se había previsto, así que hay muchos datos en el horizonte que parecen indicar que en muy pocos años la Comunidad puede pasar de ser un gigante económico a un enano político y social.
El problema es que una vez reunidos los 28 Estados, conseguidas muchas metas de desarrollo económico y financiero, la Comunidad carece de espinazo político. Por un lado están sus dirigentes, un grupo de dignatarios que parece dividirse en dos: los gobernantes que pretenden unir pueblos sin que las naciones hayan desaparecido y los que, con la vista puesta en el corto plazo, sueñan con mantener el poder interno y no muestran demasiado interés en recorrer el camino que lleva a las naciones a buscar sus puntos de unión.
Quizá sea esa la razón de que la Unión trate a los ciudadanos europeos dificultándoles todo pensamiento independiente, toda iniciativa, toda desviación de las rutinas instituidas por las normativas, las directivas y los procedimientos marcados por ella misma. La Comunidad solo podrá continuar, piensan, si, dirigida por ellos, logra que los ciudadanos se comporten como máquinas. A partir de esa visión, los ciudadanos europeos observan con perplejidad y miedo, con enfado e intranquilidad, que los resultados de su gestión quedan, invariablemente, por debajo de sus expectativas, y que las decisiones comunitarias, y en ocasiones su inacción, aumentan sus sentimientos de impaciencia y frustración. Lo que durante los años pasados era euforia y orgullo, en algunos países por los logros conseguidos, en otros por haber alcanzado la integración, se está convirtiendo en estos días en euroescepticismo, cuando no en una clara y nítida denigración.
En la UE, por otra parte, trabajan 50.000 funcionarios, 7000 de ellos en Bruselas, de los que cerca de tres mil son intérpretes y traductores; en el Parlamento hay 750 diputados y existen dobles sedes para algunos organismos…lógico que los ciudadanos europeos, anclados en el desconocimiento del funcionamiento de sus instituciones comunes, asistan estupefactos a tal despliegue de efectivos. ¿Cuánto nos cuesta ese entramado?, se preguntan, ¿realmente es necesario?
Explicar la debilidad ciudadana europea mediante la referencia al carácter corrupto de las instituciones comunitarias nos sugiere una pregunta: ¿por qué, entonces, los ciudadanos tienen tanto apego a esas instituciones? Obviamente, la respuesta se encuentra en el animal humano. Pocos hombres son conscientes de que sus vidas, la propia esencia de su carácter, sus capacidades y sus audacias, son tan sólo la expresión de la fe que han depositado en la seguridad de su entorno. Mientras el estado del bienestar les mantiene a salvo, su valor, su compostura, su confianza en sí mismos, sus emociones y sus principios, permanecen en un segundo plano permitiendo que sean otros los gestores de una responsabilidad que no aceptan por sí mismos. Prefieren creer ciegamente en la irresistible fuerza de sus instituciones comunitarias, en la moral de sus dirigentes, en el poder de sus gobiernos y en las opiniones vertidas por sus representantes. Esto parece un hecho obvio para quienes viven dentro del mito: bajo el paraguas de la gran institución comunitaria el progreso propio y de cada país será inevitable. Fuera de ella, en cambio, hace frío, hay vacío. Sin embargo, cuando llega la amenaza externa, cuando las crisis azotan los mercados, cuando las condiciones de vida rebajan sus niveles de vida hasta extremos en ocasiones inconcebibles, los ciudadanos de Europa dejan de mirar al mito comunitario del que han dependido y vuelven los ojos al Estado propio soberano del que nunca, opinan ahora, debieron de alejarse. Acostumbrados a no ejercer su libertad individual para actuar con madurez frente a su futuro, se cuelgan ora de la soberanía nacional, los de los países pobres, ora del reforzamiento de la comunidad trasnacional, los de los países ricos, los mismos que están al frente y dominan esas mismas instituciones. (CONTINUARÁ).